Jorge miró los pantalones con envidia. Si los comprara, parecería como las estrellas de Hollywood. “Estos pantalones son caros, pero conseguiré todas las chicas cuando los lleve,” él pensó.
La tarde continuaba como cualquier otro día. Las mujeres no se dieron cuenta de Jorge cuando estaba alrededor: no en el tren, ni en el trabajo y ni en la oficina. Por fin, cuando volvió a la casa quería morir. “¡Joder!” él gritó cuando su niño estropeó los pantalones nuevos. Pero otra vez, ni siquiera su esposa se dio cuenta de los pantalones. “Quizás los devolveré a la tienda mañana,” pensó Jorge mientras se dormía.
Historieta 2:
Pepe sabía que podía hacerlo. Sería la última vez que el perro horrible se sentaría en su silla rechoncha. Pepe recordó cómo estar emocionado y listo para la confrontación. Primero, se imaginó que era Hitler. “¡Sal mein stuhl!” él dijo en su mejor acento alemán. Segundo, se llevó los zapatos de Fidel Castro. “¡La historia me absolverá!” dijo con orgullo.
Finalmente, el fue a la antigua china para motivarse. “¡¡¡Yo soy el emperador: 争取你的国家!!!” Se enfrentó a la bestia y…¡ratas! ¡Pepe fue derrotado otra vez! Es imposible luchar con el mejor amigo del hombre.
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